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sábado, 18 de octubre de 2008

LA RANA EN LA OLLA

La rana en la olla
Pablo Da Silveira

Todos conocemos la teoría, aunque dudo que alguien la haya probado: si metemos una rana en una olla con agua caliente, la rana percibirá el peligro y escapará de un salto. Pero si la colocamos en agua fría y vamos calentando de a poco, se irá acostumbrando al cambio de temperatura y terminará hervida.

El experimento me hace pensar en lo que está pasando con el clima interno de nuestros centros de enseñanza. Hubo un tiempo en que nuestras escuelas y liceos eran razonablemente pacíficos. En esa época, los padres se tranquilizaban al saber que su hijo estaba en clase. Los cuentos sobre violencia en centros educativos nos llegaban desde el extranjero y los uruguayos respondíamos con el mismo mantra: "eso no pasan acá".

Pero de a poco llegaron. Primero se agravaron los problemas de disciplina colectiva. Luego aparecieron las piñatas y el vino en la puerta de los liceos. Después, de manera atroz, hubo una primera herida de bala. Y desde entonces las cosas se degradaron hasta llegar al muy crítico 2008. En junio de este año se decidió la clausura transitoria del Liceo 38 de La Teja, debido a episodios de violencia generalizada. Poco después fue detenido un chico de 17 años que vendía droga en un liceo. En septiembre estalló la violencia entre padres en la escuela número 64 de Manga. A principios de octubre, otros padres ocuparon la escuela número 174, de Santa Rosa, pidiendo soluciones ante la violencia. Una semana más tarde, un liceal de 13 años apuñaló a otro en el liceo número 3 de Florida.

Estos hechos son las manifestaciones más visibles de un clima de convivencia muy erosionado. En varios liceos de Montevideo, hace años que los adscriptos renunciaron a todo intento de controlar lo que ocurre en los pasillos. Los "peajes" en la puerta de los baños se han vuelto frecuentes: los alumnos más grandes bloquean la entrada a los sanitarios y exigen un pago a sus compañeros más chicos.

Una manera de reaccionar ante este problema es decir que lo mismo ocurre en todas partes. Y es verdad que hay una tendencia internacional al crecimiento de la violencia en los centros de estudio. Pero, al menos por dos razones, ese fenómeno no es suficiente para explicar lo que nos pasa.

En primer lugar, en Uruguay no existen los niveles de pobreza de otros países de América Latina, ni los guetos raciales de las grandes ciudades de EE.UU., ni los enclaves de inmigrantes que hay en varios países de Europa. Por cierto tenemos problemas, pero no son tan graves como para volver inmanejable el clima de los centros de estudio.

En segundo lugar, la experiencia muestra que contextos sociales similares generan niveles de violencia muy diferentes. Hay establecimientos violentos en el Bronx de Nueva York, y también hay establecimientos pacíficos. Hay establecimientos violentos en el Barrio Borro, y también hay otros muy calmos. Eso ocurre a pesar de que los estudiantes son muy similares.

Múltiples estudios confirman que el modo en que se organizan los establecimientos tiene gran impacto sobre el clima interno. La pobreza influye, pero lo esencial está en las reglas de juego. Este es el punto en el que más venimos fallando en Uruguay. Con las reglas que nos hemos dado, estamos impidiendo que los centros de enseñanza funcionen como comunidades educativas.


El País Digital
Domingo 18/10/08

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