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lunes, 13 de octubre de 2008

VIOLENCIA EN LAS AULAS

Los docentes son la primera línea
para atacar violencia en las aulas

Publicado en Ultimas Noticias

La enseñanza no puede ser un oasis de paz en medio de una sociedad progresivamente más violenta. Sin embargo, meramente con el respaldo de un sistema disciplinario adecuado, los docentes pueden hacer mucho para ordenar un ámbito educativo en que parece haberse perdido el imprescindible respeto hacia quienes enseñan. Cuando parece arreciar esta forma de violencia, que hace cundir el estrés entre los docentes de Secundaria y ahora también irrumpe en las escuelas, conviene dedicar una reflexión a un problema que también afecta los deficitarios niveles de aprendizaje.

La prensa de los últimos días ha señalado numerosos episodios de violencia que tuvieron como escenario institutos de enseñanza oficial. Ya no se trata, por otra parte, de desbordes que afecten exclusivamente a alumnos liceales -que al menos son mayores de 12 años- sino que la violencia ha hecho también su irrupción en las escuelas, a las que asisten niños de la más corta edad y con menos posibilidades de ponerse a salvo o de siquiera comprender fenómenos que debieran ser totalmente ajenos a la escuela primaria.

La violencia se convierte así en un nuevo agregado dentro del cúmulo de factores que están degradando los niveles de aprendizaje y que terminan produciendo egresados sin una adecuada preparación para encarar nuevas etapas de estudio o aun asumir destinos laborales con algún grado de exigencia.

En más de una ocasión estas columnas han señalado que la mejora de los niveles educativos es uno de los mayores desafíos que tiene por delante el país. Porque estudios internacionales como el realizado ya en dos ocasiones con el patrocinio de la Ocde -el informe Pisa- señalan muy claramente que los niveles de aprendizaje alcanzados por jóvenes alumnos uruguayos de 15 años son deficitarios y están a distancias muy importantes de los estudiantes de varios países que a la vez son los que logran mejores niveles de prosperidad, como Finlandia, Suecia o Corea del Sur . Hace algunos meses, en el liceo 38 de La Teja un estudiante de 17 años resultó herido de dos balazos. Ahora se indica que en el liceo 22, del mismo barrio montevideano, un alumno de 15 años fue sorprendido con un revólver calibre 32 en su mochila estudiantil. Y para peor, su justificación ante las autoridades desnuda otros episodios previos de violencia y situaciones de hostigamiento contra alumnos que hacen pensar en el peligroso “bullying” que ha provocado graves desbordes en el exterior. La palabra inglesa alude a episodios en que uno o varios compañeros acosan y amedrentan a otro alumno, le exigen la entrega de dinero o útiles, y atacan su autoestima provocando finalmente cuadros de menosprecio que conducen hasta el abandono de los estudios, o aun al suicidio.

Entretanto, en la escuela Nº 64 de Manga se generó hace algunos días una suerte de batalla campal en la que 5 niños resultaron lesionados. Los hechos habrían comenzado con una pelea en el recreo que arreció a la salida y terminó hasta reclutando padres en el triste papel de azuzar el ánimo combativo de los menores. Y la escuela 147 de Santa Rosa, en zona rural y con poco más de una docena de alumnos, fue ocupada por varios padres que acusan a cuatro hermanos alumnos de ser una constante amenaza de violencia para sus condiscípulos, y reclaman su expulsión.

Sería un desatino sostener que estos episodios son independientes de otras manifestaciones violentas que en estos tiempos sufre toda la sociedad. Es claro que hay dentro de los institutos de enseñanza un fuerte reflejo de lo que ocurre puertas afuera. Y también debe advertirse que escuelas y liceos oficiales son los que deben atender a la población económica y culturalmente más vulnerable, e incluso realizar el esfuerzo de socializar a alumnos procedentes de familias marginales.

No obstante lo señalado, en escuelas y liceos existen algunos factores específicos que también contribuyen a que no se ponga coto al penoso fenómeno, logrando así que la violencia se establezca y golpee severamente. Las primeras víctimas de estos fenómenos suelen ser los mismos docentes, frecuentemente ignorados en su autoridad y sometidos a situaciones de máximo estrés que son un factor bien importante entre los que explican el altísimo ausentismo de los profesores de secundaria.
En Uruguay, quizá como reflejo de tiempos ya pasados, ha existido una marcada desvalorización del principio de autoridad. Pero en un instituto de enseñanza autoridad y respeto deben estar invariablemente presentes en la relación entre el docente y el alumno. De otro modo resulta harto difícil, si no imposible, establecer un diálogo que sea fecundo en cuanto a la transmisión de conocimientos.

Esa autoridad puede fundarse en el reconocimiento de dotes personales pero también se funda en un orden disciplinario que respalde la acción del docente en el caso de una trasgresión. Y esto parece estar fallando en la educación pública uruguaya, en la que la agresión a un profesor -hubo un caso reciente- termina resultando en la formación de una comisión, cuando lo que cabía era una sanción inmediata y ejemplarizante. Las crónicas que se publicaron en su momento indicaban que la profesora agredida, ante la permanencia del alumno agresor en el liceo, terminó solicitando su traslado.

La solución al tema tampoco llegará por el lado de contrataciones del servicio 222 de la Policía, que puede ser útil para prevenir venta de drogas en la puerta. Pero no es posible imaginar un policía al costado de cada docente. La autoridad dentro de los institutos de enseñanza, debe estar fundamentalmente a cargo de directores, adscriptos y profesores. Hasta en el difícil liceo 38 todo el mundo sabe muy bien que las cosas andan mucho mejor en el turno que cuenta con adscriptas dispuestas a mantener las cosas en su lugar. Ese personal debe ser apoyado y contar con el respaldo de una verdadera capacidad disciplinaria: se trata de ordenar, y no de mediar entre docentes y niños de 12 a 16 años.

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